La       sinceridad.
                    
                     
“Manifiesta,       si es conveniente, a la persona idónea y en el momento adecuado, lo que       ha hecho, lo que ha visto, lo que piensa, lo que siente, etcétera, con       claridad, respeto a la situación personal o a la de los demás.”
              Para       muchas personas, la sinceridad, no significa tener en cuenta las palabras       “si es conveniente” y “a la persona idónea y en el momento       adecuado”. Para que la sinceridad tenga sentido no puede tratarse de una       comunicación al azar. La persona tiene que reconocer su propia realidad y       poseerla en cierto grado, para luego comunicarla, de acuerdo con su       discernimiento. Concretamente, la sinceridad debería ser gobernada por la       caridad y por la prudencia.              
              ¿Alguna       vez has sentido la desilusión de descubrir la verdad?, ¿esa verdad que       descubre un engaño o una mentira?, seguramente que si; la incomodidad que       provoca el sentirnos defraudados, es una experiencia que nunca deseamos       volver al vivir, y a veces, nos impide volver a confiar en las personas, aún       sin ser las causantes de nuestras desilusión.              
              Pero       la sinceridad, como las demás virtudes, no es algo que debamos esperar en       los demás, es un valor que debemos vivir para tener amigos, para ser       dignos de confianza...              
              La       sinceridad es una virtud que caracteriza a las personas por la actitud       congruente que mantienen en todo momento, basada en la veracidad de sus       palabras y acciones.              
              Para       ser sinceros debemos procurar decir siempre la verdad, esto que parece tan       sencillo, a veces es lo que cuesta más trabajo. Con aires de ser       “francos” o “sincero”, decimos con facilidad los errores que       cometen los demás, mo
strando lo ineptos o limitados que son.              
                     Pero       no todo esta en la palabra, también se puede ver la sinceridad en       nuestras actitudes. Cuando aparentamos lo que no somos, (normalmente es       según el propósito que se persiga: trabajo, amistad, negocios, círculo       social...), se tiene la tendencia a mostrar una personalidad ficticia:       inteligentes, simpáticos, educados, de buenas costumbres... En este       momento viene a nuestra mente el viejo refrán que dice. “dime de que       presumes... y te diré de que careces”.              
              Cabe       enfatizar que “decir” la verdad es una parte de la sinceridad, pero       también “actuar” conforme a la verdad, es requisito indispensable.              
              El       mostrarnos “como somos en realidad”, nos hace congruentes entre lo que       decimos, hacemos y pensamos, esto se logra con el conocimiento y la       aceptación de nuestras cualidades y limitaciones.              
              Ser       sincero, exige responsabilidad en lo que decimos, evitando dar rienda       suelta a la imaginación o haciendo suposiciones.              
              Para       ser sincero también se requiere “tacto”, esto no significa encubrir       la verdad o ser vagos al decir las cosas. Cuando debemos decirle a una       persona algo que particularmente pueda incomodarla principalmente debemos       ser conscientes que el propósito es “ayudar” o lo que es lo mismo, no       hacerlo por despecho, enojo o porque “nos cae mal”, eso tiene otro       nombre, y no es el de sinceridad, aunque lo que digas no falte a la       verdad. Hay que encontrar el momento y lugar oportunos, esto último       garantiza que la persona nos escuchará y descubrirá nuestra buena       intención de ayudarle a mejorar.              
              En       algún momento la sinceridad requiere valor, nunca se justificará el       dejar de decir las cosas para no perder una amistad o el buen concepto que       se tiene de nuestra persona. La persona sincera dice la verdad siempre, en       todo momento, aunque le cueste, sin temor al que dirán.                
              Al       ser sinceros aseguramos la amistad, somos honestos con los demás y con       nosotros mismos, convirtiéndonos en personas dignas de confianza por la       veracidad que hay en nuestra conducta y nuestras palabras. A medida que       pasa el tiempo, esta norma se debe convertir en una forma de vida, una       manera de ser confiables en todo lugar y circunstancia.              
              “La       sinceridad y la humildad son dos formas de designar una única realidad”              
              Para       ver la realidad de tal modo que sirva de base para una progresión       personal, hace falta distinguir entre lo importante y lo secundario. Si la       persona no quiere mejorar, si entiende la vida como una condición en que       puede encontrar el placer y no le incumbe ningún esfuerzo de mejora en       función de la finalidad última por la cual ha sido creado, distinguir       entre lo importante y lo secundario no vale la pena.                
              La       orientación podría venir por ver lo que es:              
                     
              1.-       Distinguir entre hechos y opiniones.              
              2.-       Distinguir entre lo importante y lo secundario.              
              3.-       distinguir a quién se debería contar qué cosas.              
              4.-       Distinguir el momento oportuno.              
              5.-       Explicar por qué.              
               
              La       educación de la sinceridad básicamente supone la educación del tacto,       de la discreción y de la oportunidad. Porque ser sincero no consiste en       decir todo a todos y siempre.              
              El       discernimiento será, como siempre, nuestra herramienta fundamental para       dar sentido a esta virtud.